Guerra de aranceles

Donald Trump puso en marcha su guerra comercial. El flamante presidente de los Estados Unidos ha firmado la orden ejecutiva para que, a partir de este mes de febrero, las importaciones hacia los Estados Unidos procedentes de México y Canadá sean gravadas con un arancel adicional del 25%, mientras que las importaciones provenientes de China tendrán un arancel adicional del 10%. Así pues, Donald Trump ha dado inicio a su guerra comercial contra sus principales socios comerciales ya que las principales importaciones de los Estados Unidos provienen de Canadá, México y China.

La medida era absolutamente previsible, dado que fue uno de los principales compromisos económicos que asumió Trump durante la campaña electoral. Pero el hecho de que sea una política económica predecible no la convierte en la mejor de las decisiones. Las políticas comerciales proteccionistas son profundamente dañinas para una economía, tanto para los consumidores como, en última instancia, para los productores.

Con esta medida se está tratando mejor a China que a los dos aliados de América del Norte, lo que además supone una clara violación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (USMCA) que el propio Trump firmó en 2018. Los aranceles a todos los productos que provengan del extranjero son dañinos, procedan de donde procedan.

Comencemos adoptando una hipótesis simplificada, que luego analizaremos, pero que nos ayudará a entender el daño que causan los aranceles. Supongamos que todo el comercio internacional y todos los bienes que importa un país del resto del mundo son bienes de consumo. Es decir, que los únicos que compran fuera del país son los consumidores, quienes adquieren productos extranjeros que o bien no encuentran dentro del país o, aunque los encuentren, son peores o más caros.

En este caso, la imposición de un arancel sobre los productos extranjeros equivale a aprobar un impuesto sobre el gasto de aquellos consumidores que compran esos productos. La recaudación de ese impuesto se dirige a subsidiar a las industrias nacionales que sustituyen ese gasto en consumo extranjero. Por tanto, el arancel sería una combinación entre un impuesto sobre los productos extranjeros y un subsidio a la producción nacional. Un impuesto que pagarían esencialmente los consumidores nacionales y un subsidio que sería capturado principalmente por los productores nacionales.

Es decir, estamos ante una redistribución de la renta desde el consumidor al productor. Toda redistribución de la renta tiene costos en términos de eficiencia. Establecer un impuesto sobre una actividad eficiente provoca que esta actividad se contraiga, mientras que un subsidio a una actividad ineficiente hace que esa actividad se expanda. Por lo tanto, dentro de la economía, tendrás menos actividades eficientes y más actividades ineficientes, al menos a corto plazo.

Sin embargo, las políticas redistributivas no solo se juzgan en función de su eficiencia a corto plazo, también se juzgan en función de su equidad y de sus posibles eficiencias a largo plazo. En cuanto a la equidad, los aranceles son una política fiscal extremadamente regresiva. ¿Por qué? Porque los bienes importados, que son los gravados con impuestos, tienen un peso desproporcionadamente mayor en la cesta de la compra de las familias pobres que en el caso de las familias ricas. Por tanto, se trata de un impuesto dirigido a subsidiar al sector empresarial que es pagado especialmente por los sectores más pobres de la sociedad.

En cuanto a la eficiencia a largo plazo de los aranceles, hay que señalar que, para alguna industria en particular, la protección arancelaria podría, en teoría, mejorar la eficiencia interna dentro de ese país. Por ejemplo, si a través de la protección arancelaria se logra desarrollar una industria de altísima productividad que no se habría desarrollado sin esa protección, podría haber justificación, aunque no es un caso común, ni mucho menos probable.

Sin embargo, aquí no estamos hablando de aranceles quirúrgicos para proteger alguna industria naciente. Estamos hablando de aranceles generales a cualquier importación desde México, Canadá o China. Ese tipo de aranceles universales lo único que hace es destruir las ventajas de la división internacional del trabajo y la especialización internacional del trabajo. En lugar de que cada uno dentro de su sociedad se especialice en aquello en lo que sea relativamente mejor, si dificultas el comercio con aquellos que producen determinados bienes mejor que nosotros, solo nos queda producirlos nosotros, aunque seamos menos eficientes.

Así, las ganancias del comercio desaparecen y volvemos a una sociedad con menor división del trabajo. En la medida en que los países extranjeros, a los que has castigado con aranceles, respondan con aranceles adicionales, como está sucediendo con Canadá, México y previsiblemente con China, tu propio sector exportador nacional también se verá perjudicado. Es decir, los consumidores nacionales salen perdiendo, porque deben pagar impuestos adicionales para comprar lo que antes podían comprar, y los productores nacionales, que se suponía que ganarían con esa redistribución de la renta, también se verán perjudicados. Esto es porque muchos de esos productores nacionales también venden fuera, y sus ventas extranjeras estarán gravadas por aranceles extranjeros.

Por tanto, los ingresos reales de los consumidores de Estados Unidos se reducirán, su capacidad adquisitiva disminuirá y podrán comprar menos cantidad y variedad de bienes. Esa pérdida no será compensada por un aumento simétrico de los beneficios del sector empresarial estadounidense. Los únicos que, en teoría, podrían salir ganando de esta guerra comercial son los productores nacionales que no exporten y que solo vendan dentro del país. Pero en ese caso, el beneficio se logra a costa de empobrecer a los demás.

Ahora bien, es momento de corregir la hipótesis simplificada que hemos adoptado al principio, es decir, que todo el comercio internacional son bienes de consumo. Esto no es así. La mitad de todas las importaciones estadounidenses no son bienes de consumo, sino bienes de capital y bienes intermedios, es decir, inputs que utilizan las empresas estadounidenses para producir.

Si las empresas estadounidenses importan materias primas o bienes intermedios del resto del mundo, y una vez los tienen dentro del país, los ensamblan en bienes de consumo finales que se venden dentro o fuera, grabar con aranceles las importaciones de estos insumos aumenta los costos de las propias empresas estadounidenses. Esto las vuelve menos competitivas tanto dentro del mercado local como en los mercados internacionales.

Por ejemplo, si se establece un arancel sobre la importación de acero, los costos de las empresas automovilísticas estadounidenses aumentarán, porque se estará incrementando el costo de uno de sus principales insumos: el acero. Como resultado, sus vehículos serán más caros y se venderán menos dentro y fuera del país.

La realidad de las cadenas de suministro globales es aún más compleja que esto. Muchas empresas estadounidenses importan insumos del resto del mundo, los ensamblan en bienes intermedios, y luego reexportan esos bienes a otros países. Por ejemplo, en la industria automotriz, los insumos atraviesan varias fronteras antes de llegar al producto final. Si se imponen aranceles cada vez que estos insumos cruzan las fronteras, como está sucediendo, toda la cadena global de suministro se verá afectada.

México y Canadá respondieron inmediatamente con aranceles sobre las importaciones desde los Estados Unidos, por lo que es de esperar que el sector exportador estadounidense también se verá perjudicado. Como vemos, el impacto negativo de los aranceles afecta tanto a los consumidores como a los productores más eficientes.

Además, es importante tener en cuenta que no todas las cadenas globales de valor pueden reubicarse dentro de Estados Unidos. La capacidad laboral en Estados Unidos no es ilimitada, y si Trump limita la inmigración, no habrá suficiente mano de obra para producir lo que se fabrica actualmente fuera del país y se importa a Estados Unidos.

En resumen, lo que esto significa es empobrecimiento económico, no solo para Estados Unidos, sino también para el resto de los países que formaban parte de un área comercial con Estados Unidos. Habrá menor cantidad y variedad de productos, y los precios serán más altos, lo que llevará a una disminución de la renta disponible y mayor pobreza.

Un ejemplo claro es el caso de la vivienda. La Asociación Nacional de Promotores Inmobiliarios ha advertido que los aranceles sobre México y Canadá resultarán en menos viviendas y más caras dentro de Estados Unidos. Este es un problema que se está haciendo evidente, y muchos sectores, especialmente los que dependen de insumos extranjeros, están pidiendo que se exoneren ciertos materiales de los aranceles, como los materiales de construcción críticos.

Trump ha tomado medidas que eximen ciertos productos energéticos de la subida arancelaria del 25%, aplicando solo un 10% en estos casos. ¿Por qué? Porque la energía es un insumo crítico, y aumentar su costo afectaría demasiado a la economía.

En definitiva, la política económica de Donald Trump contiene medidas audaces y necesarias para relanzar la economía de Estados Unidos, pero la guerra comercial, uno de sus principales buques insignia, es literalmente pegarse un tiro en el pie.

Antes de lanzarse en esta guerra de aranceles, el nuevo inquilino de la Casa Blanca debería analizar que estas mismas políticas ya fueron implementadas en Argentina. Aunque el país gaucho tiene grandes diferencias con la potencia del norte, a Argentina no le fue bien aplicando políticas proteccionistas como los aranceles elevados. Estas medidas provocaron un aumento en los costos de producción y una menor competitividad en los mercados internacionales. La falta de acceso a productos importados más baratos y eficientes elevó los precios internos, afectando el poder adquisitivo de los consumidores y reduciendo las exportaciones. Además, el aislamiento comercial dificultó el acceso a tecnologías y materiales clave para diversas industrias, lo que limitó el crecimiento económico a largo plazo.

La experiencia de Argentina demuestra que el aislamiento comercial y el aumento de costos pueden generar más daño que beneficio. Si Estados Unidos sigue el mismo camino, podría enfrentar una situación similar, con un impacto negativo en su economía y en su posición en el comercio global.

Author

Samuel Mémoli

Periodista, creador de contenidos editoriales y corresponsal de prensa.