Par de borrachos
Nunca imaginaron los atenienses que crearon la democracia en el siglo VI antes de Cristo, que un par de borrachos serían los gobernantes de un país llamado Colombia. Nunca pensaron que la famosa democracia diera para tanto, y que llegase a tener tantos defectos como lo demuestran los hechos en nuestro convulsionado país. Y que, a decir del canciller Álvaro Leyva (quien fue miembro del equipo de gobierno de este par de borrachos), eran o son también habituales consumidores de sustancias psicotrópicas, las que definitivamente alteran el juicio y la cordura. Por eso es necesario hacer una valoración del estado mental y la salud de este par de sujetos.
Dice el Nobel de Literatura Octavio Paz, en sus ensayos sobre el uso de las drogas, que su consumo esclaviza, destruye física y moralmente. Y que, como toda droga, distorsiona la realidad, como lo vienen demostrando los hechos en la vida personal y pública de estos funcionarios, los que, por supuesto, afectan gravemente el devenir de la política nacional.
Nunca imaginaron que la democracia se prestara para engañar a tantas personas, y que la educación de un pueblo se dejara hacerlo. A la larga, un pueblo se merece su destino y los “líderes” que han de dirigirlo. Y definitivamente el uso de la democracia habrá que revisarlo a fondo, porque ella no ha hecho otra cosa que hundir en el fango de la corrupción y la violencia a los colombianos.
La política colombiana está plagada de hechos donde la democracia se ha prestado para la trampa y la mentira. Los ejemplos abundan; uno de los más ignominiosos fue el cometido por J. M. Santos, quien torció el veredicto de todo un pueblo que dijo NO, a través de un referendo, a los acuerdos de paz con las FARC, y los convirtió en un SÍ. Acuerdo que llevó a criminales de lesa humanidad a estar sentados en el Congreso de la República, cuna máxima de la democracia colombiana.
Pero el punto de quiebre se da con el caso de Ernesto Samper, cuando una comisión del Congreso lo absolvió (contra un evidente cúmulo de pruebas en su contra) de haber recibido dinero para su campaña presidencial de los narcotraficantes del Valle del Cauca.
Bueno… dirán los seguidores del gobierno de este par de borrachos (que increíblemente los tienen) que el primer ministro inglés, Sir Winston Churchill, se desayunaba con una botella de champaña y remataba la tarde tomándose una de whisky. Pero, a diferencia de este par, Churchill actuaba bajo la premisa de hacer el bien, salvar a Inglaterra, a Europa y, de paso, a toda la humanidad de la perversión de Adolf Hitler.
Pero además, Churchill era Churchill, y Churchills no nacen todos los días: es un fenómeno que se presenta cada tres siglos. Solo para que naciera un estadista de su talla, han tenido que pasar en su familia doce generaciones cultivadas de Churchills, plagadas de grandes políticos y avezados militares.
