La democracia en América Latina: Perspectivas 2022
Hace ya más de 40 años se iniciaba la tercera ola democrática, por aquellos años, la agenda internacional tuvo su cenit con la caída del Muro de Berlín en un lejano día de noviembre de 1989. Si los años 80 fueron duros en materia económica para la región (la década perdida) la política parecía mejorar; los noventa iniciaban con un nuevo aire: la democracia había vencido al autoritarismo, eran tiempos optimistas.
Parecía que, a pesar de los intentos de regresiones autoritarias, las jóvenes democracias habían encontrado los anticuerpos para hacerles frente. Con la transición a la democracia en Chile, en Paraguay y los procesos de paz de Nicaragua y El Salvador se cerró el ciclo. Para mediados de los años noventa, toda la región era democrática, todos, con excepción de Cuba. El fin del castrismo parecía inminente. Pensamos, creímos que, más temprano que tarde, la democracia llegaría a Cuba. Pero no llegó. Y pasaron los años. Y Cuba se transformó en la “excepción” de la cual toda la literatura de la tercera ola sigue diciendo, aún hoy, “todos con excepción de Cuba”.
Entrados los años 2000, el aire bolivariano cambió el eje de la discusión: la llegada del chavismo le dio nueva vida a Fidel. Castro le enseñó a Chávez una lección: había aprendido que realizar elecciones le daba un aura de legitimidad que la lucha armada “revolucionaria” no. Así, a través de procesos electorales mayormente competitivos, el socialismo del siglo XXI fue accediendo al poder para cambiar las mismas reglas que le habían permitido ese acceso. Cancelando, cooptando, su matriz autoritaria se iba extendiendo. Aplaudidos y aclamados, llegaron al poder para no irse. Sin alternancia, sin temporalidad en el ejercicio del poder, sin rendir cuentas, para, finalmente, ir limitando derechos civiles y políticos, esos (pensar y opinar libremente, elegir y ser elegido, prensa, reunión, participación, protesta, y un largo etc.) que después de muchos años de autoritarismo habíamos creído conseguir y, sobre todo, que nadie podía ya sacarnos. Pero la historia nos jugó una mala pasada, y ahí se instalaron los nuevos autoritarismos del siglo XXI. Cuba ya no está sola, Venezuela y Nicaragua fueron buenos alumnos, y, siguiendo el modelo cubano, dejaron a sus ciudadanos sin democracia.
Estos caso muestran que hoy no existe una única forma de degradar, vaciar, deteriorar la democracia: la lenta erosión se produce “desde adentro”. Ya no hay golpes de estado que marquen la ruptura, pero la ruptura existe. Hoy, las democracias mueren en las manos de líderes electos que hacen uso y abuso del poder para subvertir los mecanismos democráticos a través de los cuales llegaron al poder; una a una van desmantelando las instituciones, avanzando sobre ellas y sobre las libertades de los individuos. El silencio o la complicidad de intelectuales y políticos es funcional a este proceso. Las propias instituciones regionales no han servido, no han sido eficaces, para detener el avance del autoritarismo. El modelo se fue exportando, con su propaganda, con el turismo, con la incursión ideológica en universidades, en instituciones internacionales y regionales.
Así llegamos al 2022, con una región en la que podemos palpar el retroceso democrático, ese creciente deterioro, “manoseo”, de la democracia. Según el índice de Democracia de The Economist Intelligence Unit 2020, en América Latina, además de las tres dictaduras consolidadas (Cuba, Venezuela, Nicaragua), califica a El Salvador, Honduras, Bolivia y Guatemala como regímenes híbridos.
El último informe de Latinobarómetro indica “ningún pueblo de la región está contento con la manera cómo funciona la democracia en su país. (...) La pandemia ha desnudado el poder dejándolo sin máscara para esconderse. Los ciudadanos han salido de Macondo para incorporarse al mundo globalizado que el virus puso en las pantallas de sus smartphones. Una combinación explosiva para la gobernabilidad, demandas de desarrollo globalizadas, oferta política macondiana.
Las nuevas élites que hacen la transición cometen el error de las viejas a las que reemplazaron, se quedan con más poder y más tiempo que el deseado a su bienvenida. Las ideologías se corrompieron con el poder dejando a la izquierda y la derecha desarmadas con baja legitimidad.”
“Pensamos, creímos que, más temprano que tarde, la democracia llegaría a Cuba. Pero no llegó. Y pasaron los años”.
Dra. Constanza Mazzina
El informe también señala que en algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático: aproximadamente a 30 años de la transición a la democracia en América Latina el 13% de la población aún prefiere un gobierno autoritario a uno democrático. “Sin embargo, este indicador no aumenta en el tiempo como el indicador de indiferencia. Los autoritarios alcanzan 24% en Paraguay, 22% en México y 16% en Ecuador con un mínimo de 8% en Uruguay (sin considerar Venezuela que es una dictadura).”
Respecto a la indiferencia (a la gente como uno, nos da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático): “Honduras lidera la región como el país con la mayor indiferencia hacia el tipo de régimen con un 42%, seguido de Panamá con 39%, Ecuador con 38%, Brasil con 36%. 26 Esta indiferencia es parte sustantiva de la decepción por el bajo nivel, el mal funcionamiento, de la democracia en cada país. Lo que observamos es que esta aumenta a lo largo del tiempo entre 2010 cuando tenía 16% a 27% en 2020. Es aquí y no en el autoritarismo donde se refugian los decepcionados con la democracia.”
Los desafíos para este año que se inicia son colosales: las élites deben tomar nota y dar respuesta a tiempo, los ciudadanos no esperan, son tiempos de inmediatez. La búsqueda de soluciones mágicas y la persistencia del personalismo por parte de dichas élites, pero también de los ciudadanos, nos deja a las puertas de entrada de repetir un pasado sombrío.
Fuente Imagen: https://bit.ly/3ofbTE7